
Elise (Veerle Baetens) y Didier (Johan Heldenbergh) llevan juntos siete apasionados años. Recuerda su amor a primera vista, su pasión, a música les acercó, el embarazo inesperado y la alegría de tener a la preciosa Maybelle. Un círculo completo de felicidad para una pareja muy poco convencional. Luchan juntos por la vida de su hija, y esperan que el amor no les abandone cuando más lo necesitan. El amor puede con el destino... a veces.
La película de Felix Van Groeningen venía abalada por muchos premios, y no es para menos, descubrir en ella una de las más gratas sorpresas en lo poco que llevamos de año.
Una historia que sigue a una pareja, extraña, pero que en su diferencia a lo convencional han conseguido lograr una perfección y felicidad que el espectador rápidamente empatizará desde los primeros minutos de metraje. Sin embargo, la película rápido torna a un duro drama, con la llegada de la enfermedad de la hija de los protagonistas, dotando y elevando el relato a una profundidad que uno no podría haber sospechado.

Mucho se ha hablado del aspecto musical de la película, y uno podría caer en la trampa de pensar que la historia podría haberse contado perfectamente omitiéndola. Y posiblemente, podría, pero hubiera resultado algo plano, sin fondo y que aquí potencia la estimulante y poco lineal dirección.
Este relato que profundiza en temas como el amor, la paternidad ante la enfermedad y el dolor de los hijos, en cómo algo tan duro puede romper la más sólida de las relaciones, en cómo somos capaces de afrontar las dificultades y seguir siendo fieles a nosotros mismos.
Muchas reflexiones para una película, que a priori podría pasar por un ligero musical, pero que gracias a una potente dirección de Van Groeningen, que como pez en el agua, sabe a dónde quiere ir, lo que quiere contar y en ningún se muestra perdido. Y es que el uso de los flashbacks, en los que se apoya la narración de la película, resulta toda un lección de cine. Un elemento que puede ser una trampa para cualquier cineasta y resultar un lastre para el ritmo, aquí demuestra ser otra herramienta, al igual que la música, para trasportar al espectador a un viaje sensorial, que pese a sus dureza, el espectador será capaz de disfrutar.

Una película, que se acerca casi a la perfección, que tardará tiempo en irse de la cabeza de todo aquel que la vea, en la que todos sus elementos se conjugan para narrar una historia muy cercana, que emocionará y llama a abrir debates internos en el espectador. ¡Y que viva el Bluegrass!
+ El amor contado a ritmo de música.
- Su lectura política puede ser malinterpretada más allá de una lógica reacción del personaje principal.
PUNTUACIÓN TOTAL: * * * *
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