
En 1870 Amadeo de Saboya (Àlex Brendemühl) sube al poder como rey de España, un país con demasiadas conspiraciones e intrigas en torno al poder político. Amadeo intentará llevar a cabo un cambio radical en el país y modernizarlo. Sin embargo, siendo tratado como un títere, lo único que podrá hacer es dedicarse al placer y la reflexión.
El cineasta Luis Miñarro -ganador de la Palma de Oro en Cannes con "Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas" en calidad de productor- da el salto a la ficción cinematográfica con una insólita película de corte histórico, que por otra parte no resulta ser una película al uso de dicho género.
En su propio conocimiento de película alejada de las grandes salas comerciales, Luis Miñarro consigue una libertad y ruptura de corsés que le permiten dirigir un insólito y extraño relato, más cercano al corte experimental. El director parece divertirse y lo demuestra con todos y cada uno de los recursos cinematográficos que utiliza. Desde la escritura de un guión ingenioso y caótico, pasando por diversas secuencias inconexas a la vez que muy atractivas y ese look como de falsa recreación histórica, hacen que estemos ante una de las películas más extrañas (en el buen sentido de la palabra) de este año.

Miñarro ha querido, que al igual que como su protagonista, dejemos de lado los asuntos políticos e históricos y nos introduce en una fábula sobre los placeres de la vida. Un viaje casi sensorial, despreocupado, en el que guía a sus protagonistas en una espiral de placeres mundanos, menos vacíos de lo que podrían significar, reflejados en la carne de unos actores en estado de gracia, desde un magnífico, irónico y divertido Brendemühl, pasando por la siempre agradecida sofisticación de Bárbara Lennie y la representación de la carnalidad que representa una Lola Dueñas como nunca la habíamos visto.
Una película pausada, rara, casi experimental, que incluso se atreve con un par de escenas musicales, con una alta carga erótica mostrando unas muy arriesgadas escenas y desnudos de alto voltaje, y en la que Miñarro incluso nos introduce tan alegremente música francesa de los sesenta, no podría merecer más que nuestro aplauso, aun sabiendo que bien podría acabar oculta entre otras propuestas mucho más comerciales, a la vez que vacías.
+ Su total desinhibición, en todos los sentidos.
- Se merecía un final menos abrupto.
PUNTUACIÓN TOTAL: ★ ★ ★ ★
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