
Eyad es un joven que vive en una ciudad árabe de Israel hasta que llega el día en que lo envían sus padres a un buen instituto en pleno Jerusalén. Allí su vida cambiará al concocer lo que es enamorarse de una chica judía y al conocer a un joven inválido y a su madre.
Cuenta Sayed Kashua,
guionista de la película basada en la novela que escribió sobre sus propias
vivencias, que para afrontar la escritura del guión de “Mis Hijos” decidió
suavizar ciertos pasajes de la novela. Muchos se preguntará el por qué de dicha
decisión al abordar una película que nos narra durante 10 años parte del
conflicto de Oriente Medio. Seguramente la razón resida en que la intención de
llevar esta película a la pantalla no sea el mostrar de forma directa el terror
y la crueldad de la guerra, sino todo lo contrario, mostrar la vida de alguien
que ha nacido en medio de una situación que le supera y cómo lo único que busca
es seguir adelante y sentirse aceptado por las personas con las que vive
independientemente de su raza, religión y lengua.
La película hace un recorrido emocional del que pretende hacer partícipe al espectador y comienza con el retrato de una familia árabe con sus costumbres de una forma casi cómica, con puntos de humor, para ir poco a poco entrando en materia y poniéndose más seria y cruda. El momento que marca ese punto de inflexión es la partida del joven protagonista a un instituto judío de Jerusalén, donde tendrá que hacer frente a los prejuicios de sus compañeros y ambiente. Sin embargo, “Mis Hijos” no pretende ser un retrato escolar sobre el bullying y los problemas de la adolescencias y la película toma dos líneas argumentales diferentes que narran el amor imposible entre dos personas de religiones diferentes (¿guiño a “Romeo y Julieta?) y la amistad con una familia integrada por un joven con una enfermedad degenerativa y la madre de éste.

Sin ser la película más
políticamente incómoda y crítica con el conflicto en el que se mueven sus
protagonistas, Eran Riklis no pierde la oportunidad para afilar y lanzar alguna
que otra flecha a ambas partes del conflicto, usando para ello algo tan sencillo como la mirada
objetiva, acercarse hacia ambas partes y observar, dejar que sus acciones y
palabras hablen por sí solos, que sea además el espectador el que decida en qué
erran cada una de las partes.
A pesar de todo, la
película respira un profundo amor al ser humano, siendo una oda al
entendimiento mutuo, mostrando que las personas a pesar de ciertas convicciones
son capaces de ofrecer una cara diferente a la habitual y ayudar a personas que nunca hubieran pensado hacerlo.
+ La sutileza en ir
derivando el relato de género.
- Algún personaje secundario algo caricaturizado.
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